¿Existen los mercados libres?
Una de las herencias más lamentables de la vertiente anglosajona de la Economía es la de intentar hacer modelos “perfectos” de cada fenómeno económico.
Por ejemplo, el modelo de “competencia perfecta”.
Considerado por el propio George Stigler un “nirvana fallacy” o comparación nada razonable de la vida real con un ideal falso, la “competencia perfecta” lo es, es un ideal falso.
La “competencia perfecta” es un modelo que dice que el mercado perfecto es uno en que no hay empresarios “demasiado” grandes sino múltiples, dispersos, omniscientes (“conocimiento perfecto”), inefectivos para rivalizar y pequeños. Se puede ver más sobre el modelo aquí.
Desde luego ninguna situación real puede ni ha podido en toda la Historia cumplir con el modelo. ¿Por qué trazar un modelo así, entonces? Porque a la economía anglosajona le interesa más la sofisticación de un modelo de sus prejuicios sobre lo que es “ideal” que hacer distinciones esenciales.
Desde luego, el grado de desviación del ideal sería la situación indeseable y utilizar la intervención del Estado en asuntos privados, lo deseable (para lo que podría llamarse la izquierda económica) o inevitable (para los tecnócratas que se consideran pro mercado siempre y cuando ellos efectúen las correcciones). El problema es que la “competencia perfecta” implica ausencia de competencia.
Si todos los participantes son pequeños o iguales en tamaño, saben lo mismo y no pueden rivalizar por precio, en realidad no hay competencia. Un cementerio es más dinámico que la “competencia perfecta” de los neoclásicos anglosajones.
Y en ausencia de competencia desaparecen algunos incentivos potentes para innovar y cuidar la calidad de los productos y el servicio al cliente. Pero no son las empresas grandes con sus innovaciones o grandes inversiones las que eliminan la competencia de los mercados.
En realidad la rivalidad en los mercados puede ser mejor entendida con las “4 P’s” del Marketing. En vez de “simplificar” o “sofisticar” la realidad, podemos entender que el (P)roducto, su (P)recio, su (P)laza o ubicación/distribución y su (P)romoción o esfuerzos para seducir clientela, deben ser combinados de tal forma que valgan la pena para dicha clientela.
Utilizar estos cuatro elementos permite entender que habrá empresas grandes que atiendan a grupos masivos y otras que opten por nichos (lugares, gustos, etc) más específicos. El Marketing nos explica mejor que la Economía neoclásica anglosajona los mercados.
No existen bienes homogéneos ni conocimiento perfecto (simétrico) en los actores ni las empresas son siempre muchas o pocas ni su cantidad dice nada sobre la calidad y libertad de los mercados. Y, sobre todo, nada de ello es necesario ni deseable para que un mercado sea libre y pueda ofrecer los mejores productos a precios competitivos.
¿Qué es entonces lo deseable?
Para entender qué es un mercado libre debemos reparar en una distinción crucial: la que existe entre barreras de entrada naturales y artificiales.
Barreras naturales de entrada:
–Estándares culturales: lo que se vendía como un pastel en 1480 hoy no encontraría compradores.
–Talentos: un futbolista de 1920 quizás hoy sería considerado poco dotado por los entrenadores de equipos.
–Geografía: solo una familia o empresa turística puede ser dueña del terreno de la cascada más alta del país, al mismo tiempo.
En todos estos casos nadie impide mediante el uso de la fuerza física o la amenaza de su uso (eso es la legislación en esencia), a alguien participar en un mercado. Simplemente el cliente interno (gerentes, entrenadores, etc.) o el final no eligen en con un volumen total de compras suficiente esa alternativa. Puede investigarse previamente (investigación de mercados) o puede intentarse bajo cuenta y riesgo del entrepreneur. Si no hay ventas suficientes, quebrará. Pero valga reiterarlo, nadie impide mediante la fuerza o su amenaza, intentar.
Barreras artificiales de entrada:
Pueden ser de dos tipos: de jure o de facto. Son de carácter político-legal.
De jure: concesiones exclusivas para operar en un mercado.
De facto: regulaciones que dejen pocos o un solo ofertante capaces de cumplirlas.
¿Qué son los monopolios y oligopolios?
Un monopolio es entonces una situación caracterizada por la existencia de barreras artificiales de entrada que impiden el ingreso de un segundo ofertante en un mercado. No existe tal cosa como un “monopolio natural“.
Un oligopolio es entonces una situación caracterizada por la existencia de barreras artificiales de entrada que impiden el ingreso de un ofertante adicional en un mercado.
Un mercado libre carece de barreras artificiales de entrada o aquellas son lo suficientemente bajas como para ser ignorables. Nadie es desalentado -mediante privilegios político-legales para otros- de participar.
¿Qué pasa con las empresas grandes?
Las empresas grandes pueden haberse vuelto grandes en el camino o haber hecho inversiones masivas que les posicionen de forma interesante en los mercados. Es irrelevante de cuál de los dos casos se trate. Siempre es el cliente quien decide el tamaño continuado de las empresas mediante la compra o abstinencia de compra -el sistema de comunicación de los mercados- que les dirá si continuar, profundizar, descontinuar o detener de raíz la producción de un producto, a cierto precio, distribuido de cierta forma y promovido de cierta manera. Las empresas grandes no tienen una “posición dominante” en los mercados.
Al contrario, tendrían una posición “dominada” pues deben atender al mínimo común denominador o al gusto común, a diferencia de sus rivales de nicho que pueden ser más idiosincráticos (“hacer las cosas a su manera” o para gustos especiales).
Sin embargo “dominante” o “dominada” son palabras del lenguaje militar o político (siendo la guerra la prolongación de la política por otros medios como decía von Clausewitz) y los mercados son la suma de tratos libres. Es justamente la intervención de la política la que crea mercados no-libres y perjudica las opciones de los consumidores.
Una empresa que atendiese al 100% de gustos en un mercado solo es un “problema” en la mente de economistas neoclásicos y juristas/abogados contagiados por dicha visión robotizante de los mercados. Si una empresa tiene soluciones para 100% de los gustos y exigencias de los consumidores en una zona geográfica o segmento estamos ante el caso de una solución (“un problema menos”) y esa comunidad humana puede dedicarse a lidiar con otros -al parecer siempre abundantes- problemas de la vida humana.
En realidad es tan improbable un caso así que es mejor concentrarse en entender otro tipo de porcentajes. ¿Qué pasa si una empresa tiene 90, 80, 70, o incluso 40, 30% de un mercado? ¿No tiene una posición ventajosa e injusta frente a las demás por tener una porción grande del mercado?
No. En primer lugar es el plebiscito cotidiano del consumidor el que la mantiene en ese lugar. Nada debe respetarse más que eso. Romperle las piernas al mejor deportista para que deje de acaparar las miradas no es forma alguna de hacer justicia (justamente lo que proponen las variantes más agresivas de “regulación” que incluyen desasociaciones corporativas, impedir fusiones, obligar a separar distribuciones, etc).
Pero además las empresas grandes conllevan su propio desafío: aprovechar economías de escala para ser competitivas en precios mientras cuidan que las empresas de nicho no les superen poco a poco o de un solo golpe en el conteo general (ej: Microsoft y Apple, Ericsson y Nokia, etc).
Cada vez que una tecnocracia de corte neoclásico decide cómo deben ser un mercado, el verdadero elector -el consumidor- pierde soberanía y es tratado como un tonto incapaz de elegir precios-calidades relativos por sí mismo según sus gustos y prioridades.
¿Qué (sí) se puede hacer para tener mercados libres?
Los mercados son redes de intercambio de títulos de propiedad. En otras palabras, son redes de intercambios ganar-ganar puesto que el valor de lo obtenido (el producto o el dinero) son más valorados que aquello a lo que se renuncia para obtenerlo (el dinero o el producto, del otro participante). Para que sean libres es necesario que se reduzcan drásticamente las barreras artificiales de entrada.
De otro modo, el resultado son siempre oligopolios o monopolios de facto. Mientras más requisitos o más difíciles de cumplir, menos participantes podrán cumplirlos. Y estos son los grandes privilegiados de esta era democrática donde los grupos de interés y de presión diseñan legislación para cada industrial poniendo al productor por encima del consumidor y su libertad de elegir.
Esto impide que la innovación se refleje en productos mejores por el mismo precio o precios más bajos para lo mismo año tras año, como sí podemos ver en el mercado de tecnología y IT. Existen los mercados libres como ese -el de deportes de aventura y el de turismo registran variedad, innovación y descuentos de precio similares-, con precios competitivos y decrecientes con cada avance.
En realidad podrían ser así todos los mercados, incluyendo los servicios públicos y básicos que hace algunas generaciones -o en el Chile de hoy- fueron competitivos y pro-consumidor. Distinguir entre barreras naturales y artificiales de entrada es el primer paso hacia combatir las segundas y lograr un mundo de variedad y precios cada vez más bajos.
Si el derecho a elegir y ser elegido se considera tan sagrado como se considera en la esfera política, es ya hora de derrumbar barreras de privilegios en la esfera de lo productivo y empresarial para que también podamos elegir y hacernos elegir en el resto de áreas de nuestras vidas.
Referencias:
“El Mito del Monopolio Natural” – Thomas Dilorenzo
“Antitrust: the case for repeal” – Dominick Armentano
“Platonic Competition” – George Reisman
“Man, Economy and State” – Murray Rothbard
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