El crimen que dio origen a la policía
Jonathan Wilde: Detective, emprendedor y mártir
por Michael Gilson De Lemos
Ésta es la historia del cínico asesinato judicial del hombre que creó un segmento crítico de los servicios policiales modernos en forma de institución privada, y de la expropiación de los servicios de correos que lo precedió, servicios tan eficientes y dirigidos a las necesidades individuales que no han tenido igual hasta el día de hoy. Eso permitió que el gobierno se apoderara de ellos, dando origen a la policía tal como la entendemos hoy en día. Con ello, se expropiaron y asesinaron las primeras innovaciones proto-liberales[1] en servicios postales y policiales: y no es solamente lo que existe en la actualidad una monstruosidad menos eficiente construida a partir de sus cadáveres, sino que es la historia del asesinato del propio concepto de los servicios privados y voluntarios que se dirigen a las necesidades del individuo y por ende de la gente.
¿Porqué, se pregunta a veces, ha habido un sesgo cultural e intelectual a favor de la policía pública? Incluso con la vasta propaganda pública, ¿acaso no debería el mercado haberlos privatizado ya todos? O, al menos, ¿no debería haber algunas alternativas privadas bien conocidas, especialmente al principio? Particularmente en la tradición angloamericana, ¿acaso no prueba eso que algo está errado en la teoría? ¿O es que en algún momento se borró de nuestra conciencia histórica, como ahora que se acusa a los jurados de descarriarse y que la prensa deifica a los jueces anónimos? ¿Qué hay de los servicios auxiliares, tales como correos? ¿Acaso no fueron siempre, y de alguna medida inherentemente, gubernamentales?
Un método habitual de análisis social liberal no consiste en seguir la moda de empezar una discusión con el último papel de trabajo o institución, sino en indagar en la causas. Invariablemente, los liberales se encuentran con que en el fondo de cada institución “obviamente” gubernamental, yace algo completamente diferente. Rothbard y Gabriel Koldo, al exponer como empezó la regulación mercantil en Estados Unidos, desde diferentes ángulos usó este método en un modo clásico: en el gobierno, las cosas suelen ser lo opuesto de lo que aparentan.
En el caso de la génesis de la policía, ha tenido que esperarse hasta el reciente acceso público a los archivos de la Old Bailey, la famosa ciudadela del mal del sistema judicial británico en el siglo XVII. De hecho, numerosas innovaciones fueron creadas por personas privadas (los servicios de policía, los sellos de correos, las compañías de bomberos, las compañías aseguradoras) para ser luego incautadas y confiscadas por el gobierno una vez probaron que eran provechosas y populares.
La policía nació del crimen
En Gran Bretaña, el proceso fue similar al que se siguió después en América. Desde la época medieval, había una serie de policías privadas y empresas de guardias vecinales (empezando con la simple voz de alarma cuando se descubría un problema) que ofrecían servicios a bajo coste cercanos a y controlados por la gente que los usaba, y por ello, estaban existían tensiones con el gobierno central, que por razones monetarias, de poder y religiosas pensó en crear un sistema obligatorio y uniforme independientemente de que así se solventaran los problemas o no.
Así, en nombre de la “mejora” y la “regulación” de la acción privada, se impusieron leyes que elevaron sus costes y crearon distorsiones.
Esas leyes destruyeron el voluntariado al requerir una desmesurada y creciente cantidad de horas de papeleo y al incentivar a contratar “profesionales” del gobierno. La gente dispuesta a ofrecerse como voluntarios unos pocas horas al mes se encontrar de repente con que se les exigía trabajar muchas horas al día y al empezaron a faltar al trabajo, lo que el gobierno usó entonces como prueba de la necesidad de impuestos regulares, el fracaso de la libertad, de la avaricia general y de la vagancia, así como de la necesidad de lo que hoy llamaríamos la “profesionalización” pública. Los abusos criminales por parte de los que estaban de guardia fueron ilógicamente magnificados para demostrar que todo el sistema de la participación comunitaria estaba errado. El control por parte de la comunidad y de la vecindad quedó deshecho por los jurados distantes y por los juzgados centrales.
Se dio un proceso similar en el entrenamiento de las milicias. Las antiguas repúblicas entrenaban a sus soldados como parte de la educación para adolescentes (una edad en la que a los jóvenes les encantan este tipo de ejercicios) de una forma tan eficiente que las crónicas andan repletas de historias de los jóvenes Alcibíades o Cesar dominando situaciones complejas con un perfecto autocontrol siendo todavía adolescentes. Pero en los Estados Unidos, fueron un ímpetu de los militares modernos los ejercicios obligatorios de maniobras militares, el retraso en el entreno cuando la gente ya había empezado sus carreras, y la hostilidad del gobierno hacia los clubs de milicias, resultando todo ello en el “problema” de tener a gente que no se presentaba a los entrenamientos y en llamamientos para instaurar el servicio militar obligatorio. De hecho, los gobiernos estaban horrorizados cuando el sistema seguía funcionando: la nacionalización en “Guardias Nacionales” y la creación de armerías y la legislación del control de armas en cada ciudad reflejó el rechazo de las milicias a disparar contra manifestantes sindicales, a que las milicias y las patrullas privadas arrestaron a cobradores de impuestos federales y que los negros se defendieron con éxito ante las turbas que iban a lincharles apoyadas por el gobierno. Ahora hay quien pide que se restablezca el servicio militar obligatorio para subsanar las ineficiencias del gobierno mientras se sigue intentando asfixiar un enfoque natural en el entreno y la autodefensa.
El porceso no fue, de hecho, muy diferente al de cómo el gobierno regula las empresas hasta dejarlas inactivas, hasta abocarlas a comportamientos aberrantes, o hasta promover el mal comportamiento sensacionalizado de unos pocos (generalmente ignorando el papel desempeñado por los funcionarios públicos corruptos), lo que después se presenta como prueba no de cómo la regulación y la coerción pública resultan contraproducentes sino de que se necesita todavía más. Entonces el gobierno, con su recién estrenado monopolio, no se dispone a solventar el problema sino a perseguir aquellos que desafían su inútil monopolio o a los que violan sus “standards” abstrusos y rebuscados.
Estamos viendo esto en los últimos vestigios de vigilancia ciudadanas hoy en los Estados Unidos y en el Reino Unido. Tras varios incidentes en los que la gente no ayudó a otros que estaban en peligro (bien porque tenían muy buenos motivos o bien debido a la inacción de los funcionarios públicos o por la confusión creada por los responsables), se establecieron leyes para obligar a los ciudadanos a prestar su ayuda. La policía se ha encargado después de perseguir, como se está viendo en Florida, a los que no ayudaron suficientemente pronto, animando así a la gente a no ayudar en absoluto, y justificando así una mayor “profesionalización” de los empleados públicos. Los que se defienden de los ladrones o de los atracadores callejeros, se encuentran perseguidos por el uso o tenencia ilícita de armas, abuso de fuerza en la respuesta, o similares.
El sitio web de la Old Bailey, si uno lee entre líneas, tiene problemas para esconder la historia de la siniestra corrupción. Caso a caso, se ve no una evolución sino una nueva imposición de control público y reacción ciudadana a lo largo de siglos.
Como resultado, a principios del siglo XVIII, empleados casi públicos desearon apoderarse de los “caza ladrones” que actuaban como detectives, negociaban la devolución de bienes y ofrecían numerosos servicios de arbitraje, y poner el proceso bajo el control de los tribunales permitiendo así el encarcelamiento rentable y el transporte de ciudadanos bajo cargos no demostrados de “posesión de bienes robados” lo que operaba de un modo similar a la posesión de marihuana de nuestros días (en cambio, el secuestro, difícil de simular, era castigado levemente). Esto culminó, un siglo más tarde, en la fundación por parte de Peel de la “honesta” policía pública, que los “Bobbies” inevitablemente corrompieron para dar a luz a la policía sin opción a elegir, centralizada, burocrática y cada vez más adversa al ciudadano como la que existe hoy.
El problema radicaba en que a principios del siglo XVIII el trabajador Jonathan Wilde había desarrollado, partiendo de un pasado un tanto granujilla, la práctica detectivesca hasta nuevas cumbres, creando la vigilancia comunitaria y muchas técnicas avanzadas y prácticas que actualmente usa la policía cuando realmente entra en la comunidad. Él propuso, en ataques satíricos, que las cárceles realmente aumentaban el crimen y abogó por un enfoque más sensato. Frustró varios amagos de los policías públicos contra prostíbulos y por encarcelar a gente en prisiones provechosas, por lo que fue denunciado por los puritanos locales en el gobierno. En su “Relato verídico” entendió el asunto perfectamente en términos nozickianos o de competencia friedmanita:
Cuando dos de una misma profesión se encuentran en disensión, el mundo realiza muchos descubrimientos importantes; y […] surge naturalmente una expectativa de algún vilipendio”.
Simplemente, la gente se dirigía a él y no a los empelados públicos si lo que querían eran resultados. Su brillante integración de comunidad, proacción, mediación, y alternativas de defensa completamente trascendieron las actuales ideas liberales de, por ejemplo, competencia entre varias agencias de defensa, por las que estudiosos bien intencionados como Friedman laboriosamente teorizan sobre lo que podría pasar en vez de (que, como dice Aristóteles, es el primer paso del método científico) ser conscientes de lo que pasó y lo que, por tanto, puede ser fácilmente perfeccionado y repetido.
Destacan, entre sus innovaciones:
· Un servicio de negociación para obtener de los criminales los objetos robados por un porcentaje y devolvérselos a los propietarios.
· Grupos de comunidad para organizar turnos que interactuaban a los largo de la ciudad.
· Ofrecer consejo a la gente sobre cómo evitar robos.
· Según varias tradiciones orales, tenía los principios de una agencia de bienestar para ayudar a los ladrones a reformarse y, de la misma manera, dispuso el arresto o ejecución pública de auténticos malhechores.
· Un método alternativo para tratar el tema del crimen cuando el gobierno era su principal causa.
Esto último es particularmente importante. Los impuestos y las regulaciones en aumento no sólo estaban empobreciendo la Gran Bretaña, sino que el gobierno descubrió que condenar a la gente por robo basándose en pruebas que hoy se expulsarían a carcajadas de un juzgado (y los castigos draconianos, incluyendo lo que era en realidad la esclavización y deportación durante un determinado número de años de sus ciudadanos y disidentes que, al empobrecer a las familias, indujo a muchos a robar para poder alimentarse con lo que se creó un círculo vicioso) resultaba altamente rentable y consolidaba su tambaleante poder tras la restauración de la Monarquía.
Las deportaciones eran la esclavización: muchos de los deportados como sirvientes por un periodo determinado se encontraron con que esos periodos duraban, de hecho, de por vida pues eran alargados por infracciones menores según el capricho exclusivo del amo. De hecho, uno de los secretos sucios de la Revolución Americana fue que ésta era la principal forma de esclavitud existente en esa época que muchos de los Padres fundadores estaban intentando eliminar, de la que la esclavitud africana era una variante: para comprender cuan extendida estaba, muchos blancos fueron esclavizados por negros libertos hasta el siglo XIX; sus presuposiciones y procesos draconianos siguen corrompiendo el sistema legal (un prisionero es técnicamente un esclavo del gobierno, y una vez más el castigo en los Estados Unidos, a pesar de las desconcertantes fórmulas de castigo “justo” que toman en consideración cada factor excepto la dirección del viento y, sin embargo, dan lugar a sentencias desproporcionadas) hasta el día de hoy.
Peor todavía: el sistema legal británico alimentó y fue alimentado por la miseria que creaba y por la facilidad con la que el inocente era condenado: alguna gente era víctima de acusaciones de robo por parte de aquellos que querían deshacerse de familiares molestos, de sirvientes que no accedían a sus deseos sexuales, de cónyuges inconvenientes, de acreedores difíciles, de los discapacitados, de vecinos agobiantes, por simples deseos de venganza y de gente que alarmaba al gobierno al reclamar cosas tales como sus derechos.
A medida que uno lee las transcripciones del sitio web de la Old Bailey, uno lee no la historia cutre de una Inglaterra que de repente se vuelve loca de lujuria por robarle los candelabros y la mantelería al vecino, sino la magnificación de los dramas vecinales, domésticos y vengativos por parte de un gobierno guiñando el ojo feliz de enviar, tras un juicio de diez minutos, a sus víctimas a cumplir condena de servidumbre durante años y de destruir clanes enteros a mayor gloria de su propia grandeza y poder. La mera acusación de que algo poseído era robado llevó a muchos a la ruina, y esto operaba de la misma manera que las bárbaras y criminales leyes actuales sobre la posesión y pérdida, tan queridas por los fiscales, que ignoran la intención, el efecto o la evidencia. No fue una era gloriosa esta del nacimiento de la policía pública y de los tribunales públicos, sino la espiral mortal de una sociedad corrupta que alumbró la Revolución Americana y que, sin embargo, sigue viva mediante los estudiosos y la propaganda que colorean el pensamiento de hoy no sólo en el Reino Unido, sino en todos los países que han sido influenciados por la Gran Bretaña.
¿Un proceso judicial moderno?
Si bien en un principio usó sus servicios, el gobierno pronto se dirigió a Wilde de otro modo. Sus negociaciones fueron denunciadas por inducir al robo a los ladrones. Se le acusó de formar un régimen mafioso con sus concejos ciudadanos. Aparentemente, algunos también robabas de sus opresores y se acusó a Wilde de hacer la vista gorda en este asunto; como la estaba haciendo, si es que era eso cierto, el propio gobierno. En su juicio, Wilde sugirió que al menos algunos de sus acusadores le estaban acusando de lo que ellos mismos estaban haciendo; y estaban alarmados, presumiblemente, de ver como se reducía su parte del beneficio a medida que Wilde reducía el crimen.
La trascripción del juicio, ahora desenterrada, revela la estratagema horripilante que el gobierno usó para pararle, apoderarse de su reputación, y destruir su servicio: no sólo le acusó de robar para hacerse quedar bien al conseguir recuperar fácilmente los bienes, sino que afirmaron que él dirigía una colosal operación en la que él directamente dirigía los robos que después decía haber resuelto. Pero en realidad le apuntaron con una ley fantástica, propuesta por el principal responsable legal de la City, el Recorder, que era uno de los jueces. Se estableció esta ley específicamente contra él de modo que podía, aberrantemente, condenársele de conspirar consigo mismo para robar por el simple hecho de aceptar una recompensa. En efecto, con esta ley, el gobierno británico al completo se le echó encima.
Éste es el contexto adecuado para comprender el registro histórico. Pues esa fue, como cada vez más lo es hoy, la era del “Código Bloody[2]” y de los castigos severos por ofensas menores basados en escasas pruebas.
Los ladrones arrepentidos no solían admitir nada y la gente era reticente a acusar por miedo a que una muerte injusta cayese sobre sus conciencias.
La gente respondió al sistema que tenía Wilde de negociar para la devolución de los bienes al tiempo que les animaba a tomar medidas preventivas y, pronto surgieron otros grupos por doquier desarrollando este sistema. El gobierno estaba especialmente horrorizado de que él hubiese organizado a la gente en concejos judiciales casi democráticos en cada distrito donde ellos se procuraban su propia justicia en una suerte de franquicia y la gente solventaba sus disputas sin invocar los castigos draconianos del gobierno o las multas provechosas.
En efecto, había empezado a privatizar la capital entera para la gente en una disciplinada organización en red en una era en la que el hombre medio todavía no podía votar. Si la gente tomaba un control activo para eliminar a los ladronzuelos, no se requería mucha imaginación por parte de los burócratas para preguntarse que pasaría cuando los ladrones mayores del gobierno fuesen los siguientes de la lista. Cuando el gobierno comprendió lo que estaba aconteciendo, reaccionó. Habla por sí mismo el escandaloso sermón con el que el juez contestó a Wilde cuando éste pidió justicia y expuso lo que estaba realmente sucediendo.
Como los fiscales de hoy en día, el gobierno no se arriesgó y amontonó un cargo sobre otro con la espera de que alguno colaría. Le arrestaron por robo con once acusaciones que iban a inflamar seguro al público según las cuales él dirigía una mafiosa “corporación de ladrones” que no estaba tanto eliminando ladrones sino lanzando ataques de pandillas contra los ladrones de la competencia y que, incluso, vendía sangre humana. Wilde protestó diciendo que el gobierno estaba en efecto compinchado con los criminales para destruir la auténtica protección policial y que iban a por él, pues ladrones que él había sido incapaz de apresar aparecían ahora como testigos del gobierno.
¿Y Wilde? Bajo los impetuosos procesos judiciales de la época, la defensa no podía llamar a testigos y ni tan siquiera tenían derecho a saber cuando sería el juicio, de manera que a los testigos de la defensa generalmente les resultaba imposible testificar. Su abogado sólo podía sacar a colación puntos legales; a la defensa de los acusados de algún crimen se les prohibía tener abogados ya que “siendo serio el crimen, ellos podían adecuadamente estar motivados para defenderse a sí mismos”. En cambio, el sistema de Wilde estaba abierto a testigos.
Y no es que los testigos del gobierno demostraran nada. Wilde había recuperado un rollo de tela que había sido robado de una tienda y lo había hecho sin esperar recompensa. Cuando la tendera intentó recaudar la recompensa para los ladrones para recompensar el artículo, él no se lo dejó hacer. El testigo era claramente reticente y pensaba bien de Wilde. El juez entonces emprendió una discusión metafísica con el abogado de Wilde sobre si uno es un criminal cuando no un ladron, basándose en el significado de la ley establecida para atrapar a Wilde y cuya calidad de Alicia en el país de las maravillasse hace más profunda a medida que uno la relee varias veces; mientras bloqueaba los intentos para interrogar al posible ladrón para evitar que salieran a la luz los hechos que podrían ayudar a Wilde.
Wilde casi se salvó. Ésta era la época en que los jueces dejaban claro de qué parte estaban y que encarcelaban a los jurados que llegaban a veredictos inconvenientes. El jurado se enfrentó al gobierno, absolvió a Wilde por el robo pero no vio manera de absolverle por recuperar una propiedad robada y aceptar una recompensa (aparentemente, esperaba que le conmutarían la pena de muerte, como solía hacerse) y el gobierno no perdió el tiempo: si bien los ladrones condenados eran normalmente exiliados o multados, colgaron a Wilde y los compinches de la corte se apoderaron de su negocio. Panfletos escritos por Don Nadies llenaron las calles con cuentos cada vez más horribles de sus presuntos crímenes, posteriores calumnias oficiales crearon un circo contra él en su ahorcamiento. Tramas de robo y recuperación de objetos prosperaron con impunidad y el crimen floreció, a juzgar por la calidad decreciente de los juicios en la Old Bailey y cargos exagerados. Y los testigos del proceso judicial fueron discretamente ejecutados en juicios igualmente cuestionables y silenciados para siempre. Con el tiempo, los Bow Street Runners se apoderaron de muchas funciones, imitaron las innovaciones de Wilde tales como estar fácilmente disponible y enviar investigadores inmediatamente y, si bien eran eficientes, eran la élite que reemplazaba a los ciudadanos que se habían procurado su propia justicia mediante la negociación.
El mismo día de su juicio, el gobierno no dudó en realizar más de sesenta juicios más donde envió a gente en pocos minutos a años de servidumbre o los sentenció a muerte, la mayoría con alegaciones que no se sostenían de llevarse pequeñas piezas de ropa o explicaciones desarticuladas de mercaderes que muy bien podrían tratarse de inventarios mal hechos. Las defensas fueron de lo más revelador: una letanía de contraacusaciones de venganza, malas identificaciones, sugerencias de que el artículo había sido vendido por orden del acusador y después se les acusaba del precio resultante, el artículo había sido devuelto o afirmaciones de que el artículo había sido tomado prestado como de costumbre. En algunos casos resulta que la gente, como en el caso de Wilde, fue condenada a pesar de que a los acusadores sólo les faltó proclamar la inocencia del acusado.
Se dice que mientras era abucheado yendo a la horca, en un postrer testimonio de la hipocresía de la época y de lo que a él le estaba sucediendo, re negó a hablar. En cambio, ostensiblemente metió la mano en el bolsillo del cura abstemio y sacó un sacacorchos que mostró con una divertida mirada al público confuso y a las futuras generaciones que tal vez le iban a comprender.
Los estudiosos, incapaces de concebir la naturaleza de las innovaciones de Wilde y su restauración de la policía privada de la common law, sin el menor criticismo acatan las acusaciones y las memorias de sus enemigos y universalmente le denuncian en el mejor de los casos como un granujilla y en el peor como un maquinador monstruo del robo, dando el asunto por zanjado. Estos estudiosos y escritores se andarían con mucho cuidado de cualquier trascripción de juicios e historias de gobiernos si se tratase de los nazis persiguiendo a los judíos por gestionar un servicio de justicia, los comunistas a algún empresario, o la Inquisición a alguna bruja basándose en cargos exagerados de robos, y nos darían una obra maestra de “lectura concienzuda” poniendo el asunto en perspectiva y mostrando que lo que realmente estaba pasando entre bastidores; más si cabe, supone uno, si el jurado nazi, comunista o vaticano hubiese absuelto al acusado y hubiese intentado reprender al gobierno por condenar a una persona por realizar una buena acción. No los intelectuales estatalistas, que aparentemente no pueden concebir algo tan fundamental, como un pez que no es consciente del agua en el que vive, como mostrar que se cuestiona al propio Estado.
El asunto no está zanjado. Leer entre líneas y entender que tuvo que ocurrir, comprender la naturaleza de las instituciones coercitivas reaccionando contra el cambio, leer los alegatos extremadamente perspicaces de Wilde, eso lleva tiempo. Tal vez, Wilde añadió algo de robo en sus operaciones pero pudo haber sido del modo en que los departamentos de policía a menudo permiten que sus informantes mojen sus picos para desvelar un asunto mayor. Pero al fin y al cabo, lo que sobresale del caso como el Coloso de Rodas es que él fue absuelto del único y fundamental cargo mediante la common law: el jurado, lejos de dejar que cayese todo el peso de la ley sobre él, rehusó a condenarle por robo y le halló culpable sólo de la buena obra de recuperar bienes robados bajo la desconcertante y absurda ley; una ley tan rara que técnicamente también hacía igualmente culpable al juez y a la fiscalía.
Mientras otros como Vidocq (quien ochenta años más tarde fundó la primera agencia de detectives para fastidio de la policía oficial francesa, la Sûreté), estudió a Wilde, viendo en él a un gran innovador y pareció haber entendido lo que aquel intentaba hacer; entre sus contemporáneos nadie estaba interesado en un juicio político complicado o entendía el concepto de la innovación privada voluntaria que devolvió el sentido de público a los servicios “públicos”.
Así fue cómodamente transformado en un rebelde pintoresco en cuentos como “La ópera del mendigo” e historias ambiguas de Fielding, quien se benefició de la destrucción de Wilde, salió a la palestra y creó la “primera fuerza policial efectiva” y Defoe (incluyendo su ensayo al estilo burlesco de Bastiat Everybody’s Business is Nobody’s Business[3] contra la libre empresa mencionando a Wilde) que observó que si él era un criminal, entonces los había mucho mayores en el gobierno y sus regulaciones.
En el siglo XIX, Ainsworth, echó más leña al fuego, redibujó a Wilde como una comadreja en Jack Sheppard e incluso el Profesor Moriarty de Sherlock Holmes y la obra y canción Mack the Knife están basadas en él.
¿Y hoy? Que Wilde no espere ninguna ayuda de los pseudointelectuales que creen que toda la historia es fácilmente explicable como una conspiración de patriarcas, racistas y antisemitas por el estilo oponiéndose al progreso del iluminado gobierno colectivo con alocadas ideas sobre la libertad, la objetividad y la atención seria a los hechos, y que no sólo ciencia social sino también el arte ha de avanzar de este modo. Así, actualmente, y como era predecible, el Conspiracy Paper de Liss extrae la moraleja de que Wilde muestra lo que pasa en ausencia de una fuerza policial, “la algo vaga noción de libertad”, el patriarcado, y lleva sus asuntos judaicos más allá de “la muy estúpida idea de que la ficción histórica debe ser seria”.
Así, ciertamente, la literatura es testigo del robo… de la historia.
Un tipo distinto de pionero
¿Porque deberíamos sorprendernos?
Juana de Arco salvó a Francia y fue condenada por traición. Galileo fue un gran científico y fue acusado de confundir al público y llevarlos a la ignorancia. La ciencia médica está repleta de grandes descubridores encarcelados ser por farsantes.
Los primeros defensores de la libre empresa fueron quemados en la hoguera en la Plaza Mayor de Madrid por la Inquisición. Se enseña la historia no como la crónica de los innovadores sino de los grandes ladrones gobernando países mostrándolos como si fuesen hombres nobles. Incluso este mes, un tal Peter Thiel va más allá de todos los conceptos de servicios postales del gobierno y crea Paypal y, en vez de darle una medalla, se le desprecia por ser “meramente” un capitalista ladrón y se le persigue indirectamente bajo una ridícula ley antiterrorista. Los verdaderos pioneros de las alternativas gubernamentales fueron y son incomprendidos y enterrados en medias verdades como los primeros usuarios de la penicilina fueron quemados como brujas, a la espera de su Will Durant.
¿Acaso fue único el caso Wilde? No. La expropiación de Wilde, desde sus esfuerzos hasta su memoria, no fue única en su momento. Si bien es típico que las fuentes actuales atribuyan el servicio postal a los servicios militares de todo el mundo desde el faraón Necho hasta varios duques chinos, la verdad es que el primer sistema genuino fue una empresa privada por el prácticamente desconocido William Dockwra.
Unos pocos años antes de Wilde, él desarrolló un servicio competitivo junto al trasto viejo del servicio general y creó, en un breve periodo, cada una de las innovaciones que hoy damos por descontadas: oficinas locales, buzones, prepago y entrega urgente… por un penique. Eso sucedió en la época en que, gracias a los métodos del gobierno, uno podía enviar una carta a Holanda, pero no de Londres a Londres.
Después de un periodo de confusión, el gobierno reaccionó viciosamente. Declaró que Dockwra había violado un monopolio de servicios que jamás ofreció, fue juzgado y el gobierno se apoderó de su organización que, por aquel entonces, en una ciudad era mucho mayor que todo el sistema estatal del reino. Cuando más estudiamos el pasado, más vemos el presente: una motivación consistió en que con el servicio de correos en manos privadas, la censura y el espionaje resultaban muy difíciles.
Hubo un tiempo en que mucho del correo en los Estados Unidos era entregado por servicios privados; en un proceso similar, fueron asfixiados por los burócratas del gobierno jaleados por una sección de científicos sociales que afirmaban que tales “monopolios naturales” sólo los podía gestionar el gobierno.
Esta tendencia, bajo la influencia de las ideas liberales y la creación del correo electrónico y de servicios tales como Federal Express ha empezado a revertir; y varios de los pioneros de los servicios de entrega en 24 horas se definían como liberales.
De hecho, se ha señalado que el servicio público de correos y los monopolios públicos parecen caras de la moneda menos eficientes e incompletas. Uno ve por qué cuando mira a los servicios sin parangón que ofrecía Dockwra: no sólo ofrecía servicio puerta a puerta como la Federal Express, ¡sino que esto lo hacía mediante rutas que entregaban y recogían correo diez veces al día! Existían nada menos que quinientas oficinas (y el número crecía) en la ciudad de Londres, muchas más de las que hay hoy en una ciudad de ese tamaño.
Revelando su verdadera motivación, el gobierno no sólo prohibió su negocio, sino que lo expropió, apoderándose de las oficinas que no había construido durante siglos de monopolio pero que Dockwra sí había construido en cuestión de meses.[4]
Al pertenecer a la pequeña aristocracia, no sufrió el horrendo destino de Wilde pero, si bien el clamor popular le valió un empleo remunerado con pensión, cuando el asunto se hubo calmado fue acusado de nuevo, como sucedió con Wilde, de lo opuesto a la verdad: de mala gestión. Lo perdió todo. No fue hasta el último siglo que algunas entregas consiguieron ser tan eficientes; dice la Enciclopedia Británica de 194 de un servicio extinto desde hacía casi trescientos años:
“Esta empresa realmente destacable dotó a Londres de un servicio postal que, en algunos sentidos, jamás ha sido igualado ni antes ni después.”
Las fuentes suelen ignorar o distorsionar su existencia. Incluso la arquitectura civil perpetua la censura: uno va a la Oficina Central de Correos de Nueva Cork y ve cincelado en magnifico esplendor sobre el edificio colosal la famosa cita de Heterodoxo sobre los mensajeros que realizaban sus entregas a pesar del mal tiempo y de la oscuridad de la noche; no que después de trescientos años, el Monopolio de Correos de los Estados Unidos sigue sin poder entregar el correo de forma tan barata, rápida y agradable como el hombre que sus antecesores institucionales borraron de la existencia y cuyo monopolio ellos usaron para encarcelar a cualquiera que se atreviese a reintroducir la idea de que el monopolio público es una pía estafa, un fraude.
Y sin embargo, la gente, como este comentario titulado Can we trust e-envoy? del jefe de TeleWest, David Docherty, que cuestiona el actual sistema se encuentran como se expande su conocimiento y como sus suposiciones dan un giro radical cuando aprenden un poco de Dockwra. “¿Acaso has oído hablar siquiera de Dockwra?” empieza preguntándose, cual Schliemann desvelando la increíble y desconcertante verdad de que Troya realmente existió, de que todo lo que a él, un líder de nuestra sociedad, le enseñaron sobre el asunto es de repente obviamente falso y a duras penas puede darse cuenta de ello.
Wilde y Dockwra, como el César, aunque muertos e injustamente vilipendiados, seguís siendo grandes. Así nació la actual era de la policía pública y de los “servicios” urbanos: culminando en el asesinato de Jonathan Wilde para justificar las fuerzas policiales del gobierno, la captura y la destrucción en el olvido de sus innovaciones (excepto en las tradiciones familiares de aquellos que le conocieron y le entendieron, muchos de los cuales fueron criminales transportados a América por los mismos jueces y quienes, a su vez, influyeron con esa actitud a sus hijos, los revolucionarios de la Guerra de la Independencia Americana, sobre el gobierno contra la policía de la comunidad); y la difamación de que, a juzgar por el sitio web de la Old bailey, continúa a día de hoy.
Incluso por implicación en los sitios web políticos, como el laborista, piden “más policía” así como más profesores (incluso cuando el gobierno lanza una Yihad contra las innovadoras escuelas privadas de bajo coste tales como Summerhill) y más enfermeras (ocasionado, según los consejeros de sanidad con los que he hablado en el Reino Unido, por la brillante decisión del gobierno de reducir las enfermeras o agobiarlas con tanto trabajo que renuncien pronto a él para así poder justificar los crecientes salarios de los doctores mientras se “reducen costes” con sus tareas expandidas y, en adelante, así será en los Estados Unidos).
¿Equivale más policía a menos crimen? ¿Acaso más células blancas significan más salud, o que un cáncer de la sangre ha colapsado el sistema?
Una nueva erudición liberal
Murray Rothbard afirmó que el liberalismo es, en último término, una ciencia interdisciplinaria. Conviene tomárselo en serio.
En cierta ocasión, Ayn Rand incorrectamente afirmó que un sistema liberal significaría que las fuerzas policiales se exterminarían unas a otras. Se quedó bastante sorprendida cuando le hice notar que lejos de ser una objeción, crear paz entre los puntos de vista enfrentados es el problema que esta llamada a solucionar la filosofía política, donde todas las teorías políticas no terminan sino empiezan, y un método voluntario es el único camino seguro.
Es más, existían precedentes históricos referentes a fuerzas policiales enfrentadas en la misma calle donde ella vivía, a saber: fuerzas públicas compitiendo entre sí y las revueltas entre las fuerzas policiales politizadas de Nueva York en tiempos de la Guerra de Secesión (un hecho relativamente desconocido incluso entre liberales, pero ahora llevado a la gran pantalla por Scorcese en Gangs of New York).
Esto es peor. La verdad es que es asunto del gobierno el exterminar la libertad de la gente para crear servicios alternativos bajo una common law. Este Ur-crimen de la policía pública y servicios urbanos es tan fundamental que, sigue en nuestros días en la distorsión de los hechos. Debe seguir siendo negada y trivializada por el gobierno, los estudiosos y los escritores porque, de ser cierta, la historia desde entonces es falsa.
A pesar de que murió hace tres siglos y su cuerpo fue misteriosamente eliminado, los sitios web del gobierno no escatiman esfuerzos para esconder la memoria de un hombre detrás de quien se alza la verdad de que hubo un tiempo en que la policía no era una función del gobierno sino una organización voluntaria de ciudadanos, que evolucionaba en saltos cuánticos y naturales hacia una organización para protegerse de aquel.
El hecho es que estos precursores liberales son como manchas en los libros de historia y están siendo ahogados por doquier a nuestro alrededor; sólo para reaparecer pues expresan la lógica espontánea de la libertad en la ayuda mutua. La erudición liberal a duras penas ha empezado: incluso cuando una Ayn Rand puede que no comprenda las plenas implicaciones de lo que ella misma está diciendo, así los estudiosos liberales deben aceptar como primer paso de su trabajo que toda la historia que nos han enseñado no es una mera mentira, sino una que está enfocada hacia lo incorrecto y, cual arqueólogos y perspicaces abogados debemos reconstruir y desvelar el eslabón perdido de la ciencia social: un gobierno voluntario, tan reprimido y tan esencial como en las ciencias naturales una vez la investigación anatómica fue un crimen e, incluso hoy, si un doctor se desvía demasiado de los puntos de vista establecidos, puede arruinar su carrera.
La tarea del joven estudioso liberal es la de descubrir estos precursores en cada cultura, e identificarlos y documentarlos a medida que suceden en la actualidad en lo que será una nueva historia y la ciencia social nacerá tras un comienzo fallido como prostituida glorificadora del gobierno coactivo; y sus compinches en la empresa, la universidad, la religión, los sindicatos y en cada clase social.
Traducción de Antonio Mascaró Rotger
Artículo aparecido en el The Laissez Faire Electronic Times, Vol 2, No 15, Abril 14, 2003
[1] [N. del T.] El autor usa la expresión americana “Libertarian” y “proto-Libertarian” que he traducido por liberal y proto-liberal. Véase “La nomenclatura liberal”.
[2] [N. del T.] Bloody, en inglés británico “maldito”, pero también “sangriento”.
[3] [N. del T.] Los asuntos de cada cual no son asunto de nadie.
[4] Para saber más sobre esta triste historia, la fascinante William Dockwra and the Rest of the Undertakers, The Story of the London Penny Post 1680-1682, de T.Todd, publicada por C.J. Cousland and Sons Ltd., Edinburgh, 1952. Así mismo, un investigador liberal sobre el tema: Summers, “The Postal Monopoly”.
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