Bajo el influjo de las ideas neoclásicas -reducir el ser humano a un supuesto “homo economicus”- se enseña en facultades de Economía y en programas de MBA la idea de que el interés es el “precio del dinero” (o peor aún, su “costo”). Esta noción no es solamente falsa sino dañina. Es falsa porque el precio del dinero es lo que debe entregarse para obtener dinero o a su vez lo que el dinero compra en términos del resto de bienes y servicios. En otras palabras, compramos dinero mediante nuestro trabajo o bienes. Eso es el precio del dinero: qué pagamos para obtenerlo (en energía, tiempo, talentos y esfuerzo) y se verifica en su anverso: cuántos bienes podemos obtener mediante cada unidad monetaria. El costo del dinero en cambio es el de minería si existe dinero real o en el sistema actual de dinero fiat (creado por decreto y sin respaldo), el costo marginal de cada billete.
Es una noción dañina porque lleva mutatis mutandis a la conclusión de que se puede reducir el interés imprimiendo más dinero (generalmente mediante bonos). Lo cual no reduce el interés natural (la relación socialmente posible y a la vez percibida entre bienes presentes y bienes futuros, en otras palabras, el ahorro) sino que lo oculta. Los actores tomarán más préstamos y a más largo plazo de los que el ahorro (una dimensión real de cada territorio con su sistema político-legal más o menos confiable y su cultura más o menos largoplacista). Resultado: auge artificial de ciertas industrias -especialmente, la construcción- y recesión “inexplicable” a continuación.
El interés es el arriendo del ahorro ajeno. Es un precio, pero simplemente, el precio de alquilar el sacrificio o renuncia ajenos al consumo inmediato. Y así debe ser tratado en la teoría y en la práctica financiera cotidiana.
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