En defensa del lujo

Por Juan Fernando Carpio

¿Qué tienen en común un dije de oro con el rostro de Helena, un violín Stradivarius, un reloj Cartier, un traje Armani y un iPhone 4s? Nada tecnológico. Simplemente hay algo en lo lujoso que ha sacado de quicio a estoicos, ascetas, mendicantes, izquierdistas y hippies por turnos a lo largo de la historia. Los ataques contra el lujo datan de al menos 2500 años atrás y provienen de una serie de pensadores, desde niños ricos rebelándose contra su condición pasando por revolucionarios igualitaristas hasta llegar a filósofos con todas las credenciales.

Pero, ¿qué es el lujo y por qué genera tantos odios de vez en cuando? El diccionario define el lujo como “aquellos bienes, arreglos, manufacturas, obra de arte u objetos que exceden lo necesario.” ¿Cómo es eso de lo “necesario”? De vez en cuando aparece algún comedido que nos dice que lo necesario para vivir es “alimento, vestido y vivienda”. Pero eso reduce a los seres humanos a sus necesidades biológicas (energía, protección frente a los elementos). En otras palabras a nuestro lado animal. Pero los seres humanos somos algo cualitativamente distinto: tenemos la capacidad de soñar, proyectar y crear. Es decir que una necesidad muy íntima del ser humano es hacer arte, darle vida a sus ideas e inventar. Y aquí es donde aparece el lujo en escena: en todas esas cosas que desde un punto de vista animalista-mecanicista “no son necesarias” pero enriquecen nuestras vidas.

Para un porcentaje importante de la población no da lo mismo tener un iPod que cualquier otro reproductor de MP3. La razón: un producto Apple es no sólo “función” sino también un “statement of fashion” es decir un aporte a la autoimagen de su usuario. Como primates avanzados, en nuestra capacidad de embellecer y decorar también reside la esencia de lo humano. Es fácil atacar un iPod o un yate, pero lo es mucho menos con una sinfonía de Beethoven o una receta gastronómica con 40 ingredientes -son “cultura”. He ahí el ardid conceptual de los enemigos del lujo: critican al consumidor de lujos -al usuario- pero no al creador: esa sí, un alma sensible y artística o industriosa.

¿Se obtiene el lujo a costa de alguien más? En tiempos de teocracias y regímenes feudales el lujo siempre surge a costa de la calidad de vida de otros. Faraones, dictadores socialistas o emires árabes son la única imagen del lujo que muchos tienen aún. En parte comprensible: en el pasado muchas tierras y fortunas se adquirieron mediante el uso de la fuerza y no mediante el comercio. Pero en sociedades industriales-comerciales la riqueza se crea al distribuirse: lo que poseemos ya no viene a costa de alguien más.

Al analizar el lujo muchas veces se separa “lo bello” de “lo funcional”. No deja de ser una división imposible. Muchos de quienes atacan lo “excesivo” en cierto asunto, lo defienden a capa y espada en otro. Muchos amantes de la música consideran una escultura algo innecesario y muchos artistas no entienden la belleza de un invento mecánico o una fórmula matemática. Nuestra primera defensa del lujo pasa por la Ética: lo que otros hagan con su cuerpo y sus materiales pacíficamente adquiridos, no es asunto nuestro, no nos perjudica y no siempre lo entenderemos. En Economía se define un bien de lujo como aquél cuya demanda aumenta sobre proporcionalmente cuando aumenta el ingreso. Notemos algo: el lujo no se define sino de forma relativa. El lujo siempre es lujo en algún contexto específico.

Citando al mejor economista del siglo XX, Ludwig von Mises: “los lujos de hoy son los bienes normales de mañana”. Por su parte la filósofa rusa Ayn Rand nos dijo que “la función del arte es mostrarnos las cosas tal y como podrían ser” siguiendo a Mises podemos decir que la función del lujo es mostrarnos el camino masificador para que las cosas lleguen de ese modo, a ser para todos. El progreso humano no es estático: lo que nos parece un bien absolutamente normal el día de hoy, empezó sin duda alguna como un lujo (¿extravagancia?) para unos pocos.

Pensemos en un sandwich de jamón de cualquier tienda de barrio en Quito, Ecuador. Sin duda sería un bien de delicatesen en Zimbabue, país atrasado tal vez 40 años a aquél otro en poder adquisitivo. Pero si vamos a Noruega, el sánduche que come un albañil allá nos resultará estilo delicatesen en sus ingredientes si viajamos desde Ecuador. Y es que el lujo siempre es “respecto a”. Seguramente para nuestros antepasados del paleolítico, cualquier choza de dos pisos sería una mansión. Que cada hijo de una familia tenga sus ropas y zapatos en vez de heredarlos de sus hermanos mayores hace no mucho era visto como un lujo para “los ricos”. Igual sucedió con el automóvil, la computadora personal, el teléfono celular o el reloj de pulsera y un largo etcétera.

Puso en una letra Cerati: “lo que para arriba es excéntrico, para abajo es ridiculez”. Que los más prósperos o creativos busquen adornar sus vidas con lujos no representa una amenaza para el resto de nosotros y por el contrario, representa un sistema de prueba y error de gustos. Luego de sus fracasos -y aciertos- ya veremos el resto de nosotros qué nos parece sensato y de buen gusto para adoptar. La humanidad ya vivió 5.000 siglos de lo que Hobbes llamó “la vida corta, brutal y miserable”.

Démonos ahora el lujo de disfrutar un poco de todas esas cosas para algunos “innecesarias” que nos mejoran la vida, incluyendo desde luego, leer esta revista.

El original apareció en la Revista Soho de Abril 2012 versión Ecuador y en Instituto Ludwig von Mises Ecuador. Incluye ediciones.

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