Los ungidos

(Este texto fue publicado en diario Hoy de Quito, el 6 de Enero de 2005. Lamentablemente no ha perdido validez por el actual contexto latinoamericano)
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Hace 15 años cayó el Muro de Berlín. Una ironía, lo tuvieron que tumbar los ciudadanos de Europa del Este cuando en realidad debió ser demolido por los dirigentes colectivistas. Era el monumento vivo a su fracaso intelectual Pero los ungidos en todo el mundo, y en especial en Latinoamérica, no se han enterado.
¿Quiénes son los ungidos? A pesar de que nadie les haya elegido realmente, presentan una serie de síntomas de ‘mesianitis aguda’.


Consideran al libre mercado una realidad en el Ecuador, sin recordar que siempre ha existido un sistema de prebendas y desigualdad ante la ley. Y a eso, pretenden reemplazarle con más regulaciones y Estado porque “es demasiado libre”.

Abandonaron el partido -los más listos- para sumarse a una ONG. Hablan
un lenguaje propio, políticamente correcto, que desemboca en el uso de términos como “afroafricano” y “violencia estructural transgenérica”. Piensan en posmoderno, abusando de vocablos como “procesos”, “discurso”, “estructura”, etc. Creen haber abandonado a Marx, pero repiten sus errores más burdos con maquillaje marcusiano-foucaultiano-derridiano, requisito para el cafetín de moda.


Ya que reciben sueldos en dólares desde antes que el resto de nosotros, les conviene volver a una moneda insegura y no se cansan de proponérnoslo. La organización para la que trabajan no recibe auspicio y fondos voluntarios, si no tomados a la fuerza por un Gobierno de un país más capitalista.

Desprecian el mercado en general, pues premia a la gente productiva más que a ellos, una osadía insoportable. Ignoran que el mercado es un plebiscito diario que deberían respetar tanto como a sus propias asambleas, comisiones y cónclaves. No ganan elecciones pero se sienten con autoridad moral para proponer modelos neototalitarios multicolor.


Miran con recelo el éxito, la productividad, la riqueza, la belleza y la alegría que no están bajo su control. Ante el fracaso del socialismo, se alinean con o contra el ‘neoliberalismo’, en una variante tecnocrática y dirigista. Los ungidos se sienten defensores de las minorías, pero atropellan intelectual y políticamente a la minoría más importante, el individuo. Se sienten defensores de los pobres, pero proponen recetas que crean más pobreza. Piensan que un impuesto a los ricos no lo terminan pagando los pobres, y que el libre comercio no es lo que ocurre entre Chimborazo y Guayas.


Los ungidos desconfían de los ‘ricos’, salvo los que siempre les financian. Creen que con regulaciones protegen al público de los empresarios, sin saber que en realidad protegen a los empresarios de los competidores pequeños. Creen con aranceles protegen el empleo local, cuando en realidad evitan que la producción se mueva hacia donde elevaría la calidad de vida de millones. Les encanta crear nuevos organismos burocráticos, darse empleo en ellos y empezar a intervenir la vida de los demás. Por último, los ungidos no fueron ungidos por nadie, pero qué importa: ellos saben lo que es mejor para nosotros.

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